La Organización Mundial de la Salud notificó al mundo el 9 de enero del 2020 que un brote neumónico, reportado en la provincia de Wuhan, China se estaba desarrollando, pero el Centro de Control de Enfermedades estadounidense se les adelantó tres días, revelando el preocupante desarrollo desde el 6 de enero de este año.
Sorprendentemente, venciendo a ambas instituciones por una semana, el primero en avisar sobre el potencial peligro que la COVID-19 presentaba para el mundo no fue una institución internacional o un grupo selecto de investigadores, sino BlueDot, una inteligencia artificial.
Usando un algoritmo que le permite explorar noticias en múltiples idiomas tratando con tendencias de enfermedades en plantas y animales alrededor del mundo, la plataforma canadiense informó a sus clientes que evitaran zonas de peligro, como la provincia china donde se originó el virus. Al responder contra pandemias, la velocidad es clave y el programa fue desarrollado buscando una manera de analizar cantidades astronómicas de información en tiempos que serían imposibles para un ser humano, arrojando resultados que pudieran ser usados para prevenir contagios masivos.
Y aunque otros programas de inteligencia artificial destinados a este mismo propósito han fallado en el pasado, BlueDot acertó también al predecir el lugar del primer brote del virus Zika en Estados Unidos, y con este nuevo éxito, da esperanza al resto de los esfuerzos actuales en este campo de la tecnología que buscan, desde varios acercamientos, poner al servicio de la humanidad las inteligencias artificiales como epidemiólogos asistentes.
Inteligencia Artificial, fruto de cooperación internacional.
Combinando algoritmos de las empresas Huawei (China) y Siemens (Alemania), la herramienta Radvid-19 analiza las lecturas de rayos-X y las tomografías de tórax buscando irregularidades en las imágenes de los pulmones. La tecnología está implementada actualmente en 43 hospitales brasileños, unificando los análisis de todos los médicos que la usan en ese país, creando una red de mediciones que permiten arrojar datos más exactos entre más se usa. Aunque hay que aclarar que la herramienta evaluadora no puede reemplazar las pruebas del virus, ha sido una “ayuda sustancial en el diagnóstico de casos en duda” según el radiólogo Arthur Lobo, quien trabaja en el norte de Brasil.
Casi al otro lado del mundo y desde un acercamiento completamente diferente, Luxemburgo vio nacer el proyecto CDCVA (COVID-19 Detection by Cough and Voice Analysis) que plantea una detección innovadora en función de los patrones de voz y tos de las personas infectadas. Su creador señala que “las afecciones respiratorias causadas por el COVID-19 pueden hacer que las voces de los pacientes sean diferentes, creando firmas de voz identificables que pueden ser reconocidas usando nuestro sistema”.
En la misma Wuhan, donde el brote mundial inició, se desplegaron aplicaciones que permitieron detectar fiebres entre grandes aglomeraciones de gente, implementando variantes de esta tecnología a estaciones de autobuses y trenes de todo el país. Esto permitió a las autoridades chinas, medir la temperatura de la población sin entrar en contacto con ellos, determinando las acciones apropiadas de contención y sanitación a distancia.
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Otro uso sustancial que ha ayudado a países como Alemania y Corea del Sur, ejemplares en su manejo del virus, fue la implementación de inteligencias artificiales similares a BlueDot que, recopilando y analizando datos, permitieron aumentar analíticas recaudadas y el número de pruebas determinantes llevadas a cabo.
El acceso y análisis de estos datos implican cuestiones de privacidad que, en la actualidad son muy preocupantes, y por lo mismo, la solución para detectar contagios más efectiva es también la más controversial.
Las aplicaciones de rastreo de contactos plantean la posibilidad de utilizar las tecnologías de geolocalización presentes en todos los celulares inteligentes para detectar posibles casos de contagio y avisar del contacto con infectados al usuario de cada teléfono. Aunque esto ha probado ser la manera más efectiva de reducir contagios, en China especialmente, existen objeciones contra esta tecnología que se centran alrededor de la importancia de la privacidad. La realidad es que las tecnologías de rastreo no deben ser vistas solo en una luz negativa, sino más bien con gran cautela y regulación, reduciendo el acceso a la información solo con propósitos de ayuda humanitaria, complementándolo con barreras de ciberseguridad que mantengan la privacidad de sus usuarios.
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Fuentes:
https://www.wired.com/story/ai-epidemiologist-wuhan-public-health-warnings/